
Familia Menco
SEMBLANZAS DE LA FAMILIA MENCO GUZMÁN EN PISA
Comenzando el siglo XX, en un paraje montañoso, en predios de la familia, ahí arribita de Pisa, a orillas del Caño de Ventanilla, la pareja formada por Pablo Menco y María de la Paz Cortés, tuvieron un niño al que bautizaron como Antonio, fue el segundo entre 9 hermanos, todos varones. Nació un 13 de junio de 1901, es decir nació con el siglo.
Imaginarán ustedes las dificultades por las que tenían que pasar los niños de esa época en esos lugares, sobre todo si los recursos económicos no eran como muy abundantes; así creció y vivió su niñez y su adolescencia hasta convertirse en un adulto apto para el trabajo diario elaborando la panela de hoja en una estancia de caña de azúcar, que era la empresa de la familia.
Por esa época lo que más abundaba en ese medio eran las necesidades poque el trabajo no daba para mucho.
Por suerte o por desgracia al convertirse en adulto fue reclutado para pagar el servicio militar y eso lo desarraigó por un tiempo de la familia y con la incertidumbre que eso conlleva de volver o no volver al terruño, ya sea por el fragor de la guerra o por los nuevos horizontes que se le abren a un provinciano que llega a la ciudad; después de terminar el servicio militar en El Batallón Córdoba de Santa Marta ,allí permaneció trabajando en una plantación bananera, ganándose unos pesos para no regresar al pueblo tan arrastrado, según decía, y estuvo allí trabajando hasta faltando unos días antes que ocurriera la Matanza de las Bananeras.
Esta vez se salvó de haber caído como una víctima más del conflicto bananero, recogió sus trapitos y regresó a su terruño, ya mirando alto y narrando historias de guerra y con el honor de haber sido todo un militar.
Mi madre, Ana Francisca Guzmán quedó huérfana muy temprano al morir su progenitora y su crianza y tutoría fue delegada a su madrina, la señora María Muñoz, quien cuidó de ella, mientras hizo los primeros años de primaria, y ya convertida en una jovencita se dieron unas circunstancias que determinaron el rumbo de su vida; Salvador Menco, el hermano mayor de mi padre, era para la época, el marido de María Muñoz así que mi adolescente madre al ver la llegada de un morenito que venía de Santa Marta, recién salido del ejército, hablando de milicias, estrategias de guerra, política y otras yerbas, esto sumado a los encantos de mi madre, que no eran pocos, cautivó la atención de mi padre, se cruzaron sus vidas, con el apoyo (por un lado) y rechazo (por otro), de ciertos familiares, decidieron unir sus vidas el año de 1929.
Al año siguiente, 1930, nació Fidel Primero, el primogénito, y de ahí en adelante siguieron: Concepción, Carmen, Enalba, Eduardo, Ramiro, Lucila, Zully, Álvaro, Aracely y Aníbal, 11 en total, toda una tarea.
Mientras crecía la familia, mi padre y los hermanos que lo acompañaban, Salvador y Francisco, dejaban cada día su vida y su existencia en una estancia de caña, un trabajo hecho a solo pulso y sudor del que semanalmente sacaban unas muy pocas panelas para irlas a vender a Sucre y con el producido de la venta solo se alcanzaban a comprar los principales víveres para sostener la familia y los trabajadores de la finca; esto se volvió un círculo vicioso.
Mientras mi padre, con el apoyo de mi madre y mis tíos también cultivaban la tierra y sembraban arroz, yuca, maíz, pero eran más las veces que fracasaban esos cultivos, ya fuera por las inundaciones, descuido en la asistencia o por acción de las reses de los vecinos.
Cuando tuve conciencia de esto que les cuento estaba abierta la boca del canal de Morro Hermoso, más conocida como la Boca del Cura (por el padre Gavaldá, quien promovió su apertura), por donde penetraba el Río Cauca e inundaba toda La Mojana; después de cada crecida anual del río, que duraba de 8 a 9 meses, no quedaba en la región más que miseria, afortunadamente en el río se conseguía pescado y eso ayudaba a que los pesares fueran menores.
Para esa época mi padre, iluminado por un rayo de clarividencia, decidió sacar del pueblo a Fidel, su hijo mayor y mandarlo a estudiar, siempre con la esperanza que esa sería su redención y la de la familia, porque él creía que el estudio era lo único que nos podía sacar de ese atolladero.
Mi padre tenía bien claro que, en ese medio, un pobre jornalero analfabeta, no tenía mayores posibilidades de sobresalir en la vida y por eso a todos nos inoculó en lo más profundo de nuestra medula, que si queríamos ser personas de bien teníamos que estudiar.
Y sus cálculos no estaban tan errados porque a partir del momento en que Fidel se hace profesional y comienza a devengar un sueldo, sus días fueron mejorando.
Primero se llevó a Enalba, luego a Eduardo y a Ramiro; Eduardo se llevó a Zully y a Aracely, Ramiro fue mi patrocinador y luego hice lo mismo con Aníbal.
Afortunadamente todos los varones salimos “buenos” para el estudio y por coincidencia todos hemos ejercido la docencia, desde diferentes niveles, pero de las hermanas solo Zully y Aracely lograron sacar provecho del estudio.
De esta manera nuestros padres dieron su aporte a la sociedad y aquí seguimos nosotros proyectando su legado a las nuevas generaciones a través de la FUNDACIÓN ASIDERO, una organización familiar que, antes que ayudar, quiere sembrar en estos jóvenes piseros la esperanza en el estudio, más en las condiciones actuales de un mundo altamente competitivo.
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Álvaro Menco Guzmán
